Fuente no citada
Durante el sueño parece que se nos abran otros mundos. Con frecuencia, nuestros 
sueños nos transportan a tiempos y lugares remotos; nos encontramos a nosotros 
mismos entre personas y cosas que nos son familiares, aunque extrañamente 
transfiguradas. Hacemos cosas que nos resultarían imposibles estando despiertos, 
o nos encontramos paralizados e incapaces de realizar la más simple de las 
acciones. A veces tenemos la sensación de poseer un conocimiento profundo que 
daría sentido a toda nuestra vida, conocimiento que olvidamos al despertar o que 
nos parece incoherente. Y quizás, a veces, los sueños nos proporcionan un 
conocimiento real, una visión de un futuro que acontecerá en realidad.
La naturaleza de los sueños ha desconcertado a la humanidad civilizada desde los 
primeros tiempos. Alrededor de los sueños se han desarrollado innumerables 
creencias y cultos. Esto no debe sorprendernos, ya que actualmente ninguna 
teoría del sueño y de los sueños es aceptada universalmente.
Las antiguas creencias acerca de los sueños se basaban en la idea de que 
predecían sucesos futuros, y se inventaron métodos complicados para su 
interpretació n. Uno de los más antiguos manuscritos que se conservan, un papiro 
egipcio de 4.000 años de antigüedad, está dedicado al complejo arte de la 
interpretació n de los sueños.
Un sueño del faraón Tutmés IV, hacia 1450 a.C., se consideró lo bastante 
importante como para ser grabado en una lápida que fue erigida frente a la Gran 
Esfinge de Gizeh. Cuenta cómo, cuando era todavía príncipe, Tutmés soñó durante 
la siesta que el dios Hormakhu le hablaba, diciéndole: "La arena del paraje en 
el que transcurre mi existencia me ha cubierto. Prométeme que tú harás lo que 
desea mi corazón; entonces sabré que tú eres mi hijo, que tú eres mi 
salvador..." Cuando fue faraón, Tutmés retiró la arena que cubría la Esfinge 
sagrada en honor de Hormakhu, y su reinado fue largo y fructífero, tal como el 
dios le había prometido en el sueño.
 
 
 
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